Hoy quiero compartir uno de los quince relatos que componen Kichay. Es uno de mis preferidos, espero que os guste:
Una vuelta al mundo.
Una vuelta al mundo.
Aquella mañana, el
pequeño Nelson se levantó con la sensación de que iba a hacer algo grande. Se
calzó sus sandalias y caminó, como cada día, los cinco kilómetros que separaban
su poblado de la escuela.
—¿Y qué ocurre si le
damos la vuelta?
El profesor les
intentaba explicar algo de geografía y
había traído un póster con un mapa del mundo.
—¿Cómo? —preguntó
intrigado el maestro.
—¿Por qué no lo ponemos al revés? —insistió
el pequeño.
—Porque su orientación
es esta, Nelson, siempre ha sido así. Mira, nosotros estamos aquí abajito.
—¡Pues yo quiero estar
arriba! —refunfuñó.
El profesor calló
durante unos segundos y pensó que quizá no era tan mala idea.
—Está bien, lo
pondremos al revés —les dijo—, pero mañana lo volvemos a colocar en su
posición correcta.
Los niños comenzaron a
reír y entre todos sujetaron el póster boca abajo mientras Nelson lo apuntalaba
con unas viejas chinchetas.
Los primeros en notar
la sacudida fueron, como es lógico, los esquimales del polo norte. Los iglús se
tambalearon y los objetos comenzaron a volar en todas direcciones mientras sus
cuerpos eran violentamente zarandeados.
—¡Terremoto! —gritaron algunos. Pero era mucho más que eso.
Poco a poco, la
sacudida fue sintiéndose en cada centímetro del planeta.
Los grandes rascacielos
fueron los que más sufrieron. Estaban construidos a prueba de terremotos pero
no estaban preparados para un giro de tal violencia. Muchos de ellos se
partieron por la mitad incapaces de soportar la fuerza de la inercia.
En las grandes ciudades
fue donde el caos se hizo más evidente. En las bibliotecas los libros volaban
por los aires. En las fruterías, las naranjas y manzanas chocaban unas con
otras, lejos de la seguridad de sus cestos. Las personas parecían acróbatas
saltando de un lado para otro.
Los techos se hicieron
suelos y todo se volvió del revés. La sacudida apenas duró unos segundos pero
fue suficiente para cambiar todo de sitio y alterar el orden establecido hasta
entonces.
Esto es el fin, se
apresuraron a afirmar algunos importantes dirigentes de lo que hasta aquel
momento había sido el hemisferio norte. Nadie se acostumbraría a caminar entre
lámparas y los retretes habían quedado pegados al techo. Nada quedó igual. Lo
que antes estaba abajo ahora estaba arriba y viceversa.
Los Estados Unidos
quedaron tendidos mientras sus vecinos latinoamericanos les miraban desde
arriba. La Patagonia y Alaska, condenadas siempre al frío, intercambiaron sus
posiciones. Los ingleses miraban a Europa desde abajo y, más que observar
con orgullo como antaño, ahora pareciera que suplicasen. Sudáfrica mientras
tanto se coronaba en lo más alto, como si de puntillas se elevase por encima de
todos los demás. El mundo al revés, nunca mejor dicho.
Cuando las sacudidas
por fin terminaron y, aunque invertido, el planeta volvió a la calma, Nelson,
ligeramente despeinado, observó el póster con un gesto triunfal en su rostro.
—Profesor —añadió—,
¿y si lo dejamos así para siempre?
¡Muchas gracias por compartirlo! :)
ResponderEliminar¡¡Increíble. Fenomenal!!
ResponderEliminarEscribes muy bien.
Me ha encantado tu relato.
Un gran abrazo
Muchas gracias Flashia y Lucia por pasaros por mi blog y dejar vuestros comentarios. Me alegro que os haya gustado.
ResponderEliminarUn abrazo,
Alex
Excelente relato, Alex. Me ha encantado el modo de ver la vida de un niño ¿y por qué no? Saludos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Fanathur.
ResponderEliminar¿Y por qué no? como bien dices...
Precioso relato, Alex. Importante reflexión; tal vez lo que necesite el mundo es ponerse del revés;de ese modo, los prepotentes sentirían lo que es vivir ignorado.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Muy buen relato, original y bien escrito. No estaría mal conseguir un póster de esos...
ResponderEliminarEnhorabuena, un saludo.
¡Gracias por vuestros comentarios María del Mar y Jon!
ResponderEliminarOjalá existiesen esos pósters, sí...