Cuando comenzaron los experimentos, nadie
pensó en las consecuencias a largo plazo y, de hecho, no fue hasta pasados casi
veinte años de su legalización que algunos ¾solo algunos¾ comenzaron a arrepentirse.
Carlo era un adolescente durante aquellos años en los que un
intenso debate moral removió la sociedad. Algunos hablaban de aberración de la
naturaleza mientras otros afirmaban estar ante uno de los mayores avances de la
historia.
En la primavera de 1984, los gobernantes de los países más
importantes del planeta intentaron zanjar el asunto y firmaron un tratado en el
que legalizaban el trasplante de órganos y miembros entre seres humanos. Tan
solo una semana después se realizó la primera intervención: a una mujer le
habían tenido que amputar una pierna por
culpa de una enfermedad y le injertaron la de otra mujer de su misma edad
fallecida el día de antes. Todo salió a la perfección.
Ante el éxito de las primeras operaciones, incluso los más
escépticos empezaron a pensar que tal vez sí se tratase de ese gran avance del
que algunos hablaban.
Carlo tuvo un accidente de moto poco antes de cumplir los
diecinueve y perdió las dos manos. Sus padres no lo dudaron y gastaron todos
los ahorros para que su hijo pudiera recuperar las extremidades perdidas. Los
gobiernos habían firmado la legalidad de este tipo de intervenciones pero no se
comprometieron a realizarlas. Surgieron decenas de empresas que se dedicaban al
trasplante entre seres humanos. Solo unos pocos podían permitírselas.
Pero poco tiempo después, a una
clínica llegaron dos muchachas que acaban de cumplir los dieciocho. Me encanta
su nariz, explicó una de ellas. Y a ella le encantan mis orejas. ¿Creen ustedes
que podrán hacerlo?
Nunca se había planteado la posibilidad de trasplantar
miembros entre personas vivas, pero en aquella clínica no les pareció mala
idea. La ley no decía nada al respecto. Tal vez se lo dictó su conciencia o tal vez su billetera. Fuera como
fuese, una semana después, aquellas dos muchachas tenían la nariz y las orejas
que siempre habían querido.
Se desató la fiebre del trasplante. Todo el mundo
intercambiaba miembros con gente que, en muchos casos, ni siquiera conocía. Se
podían consultar catálogos para encontrar lo que uno buscaba. Muchas personas
empeñaron sus casas por conseguir unas piernas bonitas o el ombligo con el que
siempre habían soñado.
Carlo había vivido acomplejado desde su operación de moto.
Sentía que aquellas manos no eran suyas. Unos dedos ajenos se movían a las
órdenes que dictaba su cerebro pero eso nunca fue suficiente para reconocerlos
como propios.
Alrededor de veinte años habían transcurrido desde aquella
primavera del 84, cuando se detectó el primer caso. Uno de los primeros hombres
al que habían trasplantado un miembro ¾concretamente la pierna¾, comenzó a sentir en ella unos
extraños calambres. Se movía sola, como intentando chutar una pelota
imaginaria. El problema fue en aumento. No podía dormir por las noches, apenas
podía caminar. Los médicos intentaron de todo pero no fueron capaces de
solucionarlo. Hasta que a alguien se le ocurrió investigar quien había sido el
anterior dueño de aquella pierna: un futbolista.
Aquella investigación desencadenó muchas otras. Se descubrió
el caso de una mujer cuyas manos habían pertenecido a una mecanógrafa y ahora
no podía parar de teclear en una imaginaria máquina de escribir. Un hombre, al
que se le había trasplantando el corazón de un sacerdote, comenzó a asistir a
misa todas las mañanas, a pesar de haber sido ateo toda su vida. Las personas
comenzaron a ver alterado su carácter. Los que investigaron la procedencia de
sus trasplantes, descubrieron que los dueños anteriores tenían personalidades
muy parecidas a las que ellos poco a poco iban adoptando.
Carlo no quiso saber a quién habían pertenecido sus manos.
Les prohibió tajantemente a sus padres que investigaran nada al respecto.
Bastante problema le suponía ya el asunto.
Es un efecto a muy largo plazo, dijeron los grandes magnates
de la industria del trasplante. Tengan en cuenta que en todos los casos han
pasado más de quince años desde que se realizó la intervención. ¿Cómo podríamos
haber previsto algo así?
Pero la psicosis fue creciendo más y más. Todo el mundo
buscaba horrorizado los orígenes. Algunos amigos que habían intercambiado parte
de su anatomía exigían ahora invertir el trueque. Otros sin embargo se negaban,
felices de los nuevos atributos adquiridos.
Los gobernantes anularon la ley del 84 y decretaron la
prohibición de realizar trasplantes, a excepción de aquellos que fueran
solamente para restablecer otros del pasado.
He descubierto algo horrible, le dijo su padre una tarde al
abrir la puerta de casa. Por fortuna su madre no estaba. Carlo vio un documento
en su mano y supuso de qué se trataba. Su padre en seguida lo confirmó: era el
informe donde aparecía el nombre del anterior dueño de sus extremidades. Carlo
enloqueció. No quería saberlo. Era lo último que necesitaba. Su padre parecía
preocupado e intentó obligarle a escuchar lo que tenía que decir. Pero él no le
dejó.
Carlo cogió el jarrón que engalanaba la mesita de la entrada
y lo estampó contra la cabeza de su progenitor. En un arranque de rabia nunca
antes vivido la emprendió a golpes con él hasta dejarle sin vida. Comenzó a
correr desesperado. No podía creer lo que había hecho. Gritaba enloquecido. No
entendía.
Cuando consiguió calmarse, se arrodilló junto a él.
Arrepentido, llorando, cogió el documento que había quedado atrapado en la mano
de su padre. Roberto García Palomares. Ese era el nombre que tanto había
temido.
No pudo dar crédito cuando leyó sus antecedentes: acusado de
varios homicidios, absuelto por falta de pruebas.
Un asesino. Sus manos pertenecían a un asesino. Todo se nubló
a su alrededor.
Pero no advirtió que el informe hablaba solo de una de las
manos. Él siempre pensó que las dos pertenecían a la misma persona, pero su
padre había descubierto que no era así.
La otra mano pertenecía a un suicida. Aunque eso nunca lo
supo.
¡Buen relato! Tiene lo que yo le pido a un relato: un desarrollo que te mantiene intrigado por ver qué pasa y un desenlace que te recompensa con una sorpresa original.
ResponderEliminarGracias, Caminante. Me alegro que te haya gustado. Esa era la idea ;)
EliminarUn abrazo
Lo del asesino se veía venir, pero lo del suicida me ha sorprendido.Un relato que nos hace reflexionar sobre las consecuencias de los avances de la ciencia...Muy bueno!
ResponderEliminarEsa idea surgió por aportar algo extra a la historia, ese punto de sorpresa al final. Este relato lo he escrito para un taller de escritura en el que estoy participando y lo subí aquí de manera impulsiva casi. Aún necesita algunas correcciones y darle alguna vueltecilla, pero me apetecía compartirlo y saber vuestra opinión. Gracias por tu comentario, Charo. Un beso!
EliminarMe gustan cuando los relatos tienen bien diferenciadas todas sus partes, como pequeña historia. Me ha sorprendido.
ResponderEliminarUn beso!
Gracias, Lesincele. Me alegro que te haya gustado :)
Eliminar¡Un beso!