Mamá suspiró profundamente y recogió dos cubiertos. Yo había
puesto la mesa y me había vuelto a equivocar. Pero ella no dijo nada, solo
quitó los dos que sobraban. Después de cenar, me subió al piso de arriba y,
como todas las noches, me dio un baño caliente. Me llevó a mi cuarto y me metió
en la cama.
_Buenas noches mami – le dije yo, arropada hasta la nariz.
_No es tu madre, Herminia. – Una voz desgastada sonó desde
la cama de al lado.
Pero no la hice caso.
Mamá cerró la puerta con media sonrisa
en los labios. Qué guapa estaba con su bata blanca.