Ángel sabía que aquel jueves sería
uno de los días más importantes de su vida, llevaba meses de hecho pensando en
lo que estaba a punto de suceder. Para Jessica también iba a ser un día que recordaría
siempre, pero ella aún no podía siquiera
sospecharlo.
El centro comercial estaba repleto.
Era la tercera vez en su carrera que la artista visitaba Nueva York y no era
muy habitual que prodigase su tiempo en firmar autógrafos. Pero aquella tarde
así era. La productora le obligaba a permanecer dos horas y media sentada tras
una mesa donde, uno a uno, iban desfilando sus seguidores. Jessica apenas les
miraba. Como un autómata, preguntaba sus nombres para estamparlos junto a su
firma en la portada de los discos que ellos mismos traían. Aunque sabían que tenía
fama de seca y distante, muchos de sus seguidores no pudieron evitar sentirse
decepcionados al conocerla.
Jessica no paraba de resoplar
continuamente y echar miradas furtivas a su manager. El tema central de su
disco se escuchaba en todo el mundo, las ventas superaban cualquier previsión,
pero aún así la productora había considerado necesario realizar aquel acto.
Solo quedaban diez personas delante
de él en la fila. Ángel se había vestido su camisa de rayas y se había
impregnado medio cuerpo con su perfume favorito, el de Jessica, no el suyo, lo
había leído en una revista. Se le había ido un poco la mano y el olor que
desprendía era bastante desagradable. No paraba de remeterse la camisa por
dentro una y otra vez, y su mirada viajaba en todas direcciones sin poder
mantenerse quieta ni un segundo. Sus pies no paraban de moverse. Contaba las
personas que faltaban para que llegase su turno desde el momento en que llegó a
la fila hacía ya varias horas. Al principio eran ciento cincuenta y tres, ahora
ya solo quedaban nueve.
Los ojos de Jessica no se movían
demasiado. Casi no levantaba la mirada, tan solo cogía el disco y preguntaba el
nombre con un deje de cansancio en la voz que no se preocupaba en disimular. El
desfile se antojaba interminable, niños, parejas, padres de familia,
quinceañeras. Gente de todo tipo se agolpaba por conseguir un autógrafo de la
gran diva. Ella, mientras tanto, no paraba de mirar la hora continuamente.
Una mujer bajó de la tarima con su
disco firmado mientras él la seguía con la mirada. Solo cinco. Que poco quedaba
ya. Agarraba con una mano un ramo de rosas negras, las preferidas de la
cantante. El agarrotamiento de los dedos había echado a perder el esmero con el
que el florista lo había organizado. No paraba de mover a tirones la otra mano.
Como si de un ritual se tratara, se atusaba el pelo, se recolocaba la camisa y
la guardaba en uno de los bolsillos del pantalón, para pocos minutos después
volver a repetir la secuencia.
El sudor empapaba su cuerpo. Hacía
mucho calor allí dentro. Daba igual. Estaba allí. Era ella. Jessica. No podía
creerlo. Después de tanto tiempo, al fin la tenía al alcance de la mano. Dios,
era tan guapa. Llevaba siglos escuchándola, casi desde que tenía uso de razón.
Los mismos siglos que llevaba deseando fervientemente un encuentro con ella.
Pero vivían en extremos opuestos del planeta y ella nunca se había dignado a
contestar los e-mails. Ángel se volvió a colocar la camisa y metió de nuevo la
mano en el bolsillo. Al tocar el metal de la pistola, sintió un escalofrío.
Jessica levantó la vista despacio hacia
el final de la fila. Un suspiro de fastidio se escapó de sus labios y el
manager le reprendió con la mirada. Ella le miró, dibujó una sonrisa artificial
y continuó firmando. No lo sabía, claro, pero el acto acabaría mucho más rápido
de lo que suponía. Solo quedaban tres personas en realidad.
Ángel se revolvía inquieto. El calor
comenzaba a ser insoportable. El baile nervioso de sus pies se iba
incrementando según se acercaba hasta la tarima. Solo había dos personas ya
delante. Un señor cuarentón que parecía avergonzarse de estar allí y una quinceañera
que no podía disimular la sonrisa. Él no sonreía, estaba demasiado tenso. ¿Qué
le iba a decir?, ¿debía explicarle por qué?, ¿o quizá fuese mejor hacerlo en silencio?
El señor cuarentón se despachó rápido
y llegó el turno de la quinceañera justo delante de él. Se le cayó el ramo de
las manos. Se agachó a recogerlo y reunió las flores a trompicones. Las sostuvo
a duras penas con su mano derecha, mientras metía de nuevo la otra mano en el
bolsillo. La sacó para atusarse el pelo y volvió a meterla. Tenía la necesidad
de comprobar continuamente que la pistola seguía allí.
La quinceañera se estaba enrollando
algo más de lo habitual. Desde su posición, Ángel no podía escuchar que le
decía pero sí podía ver la cara de Jessica mientras la escuchaba. La miro
pensativo y esbozó una ligera sonrisa.
Por fin la quinceañera bajó
correteando feliz. Su turno. Ángel se secó el sudor de la cara, respiró hondo y
subió a la tarima.
Dejó caer el ramo de rosas negras
sobre la mesa. Jessica las observó durante unos segundos y luego le miró
indiferente. Ángel no traía discos que firmar. No dijo nada. Sacó la mano que
aún guardaba escondida en el bolsillo y le apuntó directamente a la cara. Ella
le miró desencajada. Y así permanecieron, mirándose en silencio, durante unos
segundos. Él no disparó. No me olvides por favor, fue lo único que dijo
segundos antes de que los guardaespaldas le redujeran.
Excelente relato Alejandro, atrapante hasta el final.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por tu comentario, Moli. Uno de los objetivos cuando escribí este relato era crear "un reloj narrativo", una especie de cuenta atrás que generase tensión y atrapara al lector, así que sí te ha parecido atrapante, me alegro. Un abrazo
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